EL MEDIO SIGLO XX
Desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial hasta los comienzos del gobierno militar de Rojas Pinilla podría abarcar este periodo denominado «el medio siglo». Desde el gobierno de Alberto Lleras Camargo (1946) hasta el golpe militar contra Laureano Gómez (1953) se definiría una de las etapas más convulsionadas e importantes de la historia colombiana del siglo XX. El momento más álgido de la «violencia», el único golpe militar del presente siglo, los primeros «planes de desarrollo» auspiciados por agencias internacionales, los gérmenes del movimiento guerrillero contemporáneo, la abstención electoral del Partido Liberal en dos elecciones consecutivas, el intento de una reforma constitucional de carácter corporativista y cuatro intentos de gobiernos compartidos por los dos partidos tradicionales, son hechos históricos particulares que caracterizan a Colombia al doblar el siglo XX y definen con asombrosa determinación el proceso seguido por el país durante la segunda mitad de esta centuria.
La importancia histórica del «medio siglo XX» proviene precisamente de allí, es decir, de que prepara las condiciones inmediatas del FRENTE NACIONAL, no solamente por las necesidades subjetivas que crea, sino por las circunstancias objetivas que desarrolla, ante las cuales los dirigentes que controlan el curso del país en ese momento responden con un extraordinario sentido de defensa propia y de visión realista frente a la situación política nacional e internacional.
1948: UN HITO HISTÓRICO
Nunca se sabrá quien asesinó a Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 en pleno centro de Bogotá. Las masas enfurecidas se organizaron espontáneamente y buscaron por toda la ciudad a Laureano Gómez a quien culpaban del crimen. Después enfilaron su ataque contra el Palacio de Nariño acusando al Presidente Ospina Pérez de haberlo mandado matar. No se hizo esperar la respuesta del gobierno sindicando al «comunismo internacional» de un acto de alta provocación destinado a desatar la insurrección y tomarse el poder. El veredicto de las masas quedó inconcluso porque fracasaron en su búsqueda y porque no tuvieron ni la organización ni la dirección suficientes para lograr su cometido. El gobierno, por su parte, rompió relaciones con la Unión Soviética, expulsó a sus diplomáticos, ilegalizó el Partido Comunista y tejió toda clase de fábulas para implicar al estudiante Fidel Castro que, por ese entonces, no pertenecía a ningún partido revolucionario pero que recorría América Latina en una campaña antiimperialista contra la dominación norteamericana sobre el continente.
Cuenta Fidel Castro que Gaitán les había prometido a los estudiantes organizadores de aquella reunión latinoamericana, especie de anti-Conferencia Panamericana paralela a la que se celebraba por esos días en Bogotá y a la cual asistía como jefe de la delegación norteamericana el General Marshall, el mismo del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, pronunciar el discurso inaugural y, con ese fin, los habla citado en su oficina para las dos de la tarde de esa misma fecha del 9 de abril. Gaitán había sido vetado por el Jefe del Partido Conservador, Laureano Gómez, para representar a Colombia en la Conferencia. Temía el gobierno y se horrorizaba Laureano ante la perspectiva de que Gaitán la emprendiera contra Estados Unidos en plena reunión continental. Excluido de la representación oficial del país, Gaitán aceptó la invitación de la conferencia estudiantil antiimperialista y les prometió apoyo económico. Cuando Castro y sus amigos descendían hacía la carrera séptima esperando la hora de la audiencia, ya las masas bogotanas habían empezado a recorrer las calles del centro de la capital enfurecidas por el crimen de su caudillo.
En el momento de su muerte, Gaitán era el jefe indiscutido del Partido Liberal. Había llegado a esa jefatura, parte por la claudicación de los demás dirigentes liberales, parte por la extraordinaria ascendencia que habla adquirido sobre el pueblo. Derrotada electoralmente su candidatura presidencial en 1946, convirtió en victoria política dentro de su partido la votación minoritaria que había logrado después de que los demás connotados representantes de la cúpula liberal hicieron mutis por el foro ante la pérdida del poder. Profundas contradicciones de concepción política, de programa ideológico, de estilo partidario se habían desarrollado entre Gaitán y cada uno de los componentes de la exclusiva torre dirigente liberal. Principalmente con Lleras Restrepo, con quien había sostenido una agria polémica en la década del treinta sobre la política agraria, y con López Pumarejo quien lo había destituido fulminantemente de la Alcaldía de Bogotá temeroso como estaba el Presidente de perder su predominio en el liberalismo bogotano ante las masas populares y a cuya reelección se había opuesto radicalmente, sus diferencias se habían hecho cada vez más irreconciliables.
Decidido a no aceptar más las imposiciones de la dirigencia liberal lanzó su candidatura a la presidencia para el periodo 1946-1950 contra viento y marea. Fue llenado de oprobio y de insultos por su alevosía. Entre tos tres candidatos, sólo obtuvo el último lugar, pero logró con su votación poner en aprietos al Partido Liberal y desafiar la táctica del gobierno de Ospina Pérez para consolidar un gobierno de colaboración entre los dos partidos tradicionales. Gaitán ganó las elecciones de mitaca en 1947 y el Parlamento quedó de mayoría gaitanista. Fue el preludio fallido de un triunfo electoral de Gaitán en las elecciones presidenciales de 1950. Los primeros meses de 1948 fueron testigos de la «manifestación del silencio» contra la violencia oficial organizada por él, de su oposición contra el colaboracionismo del Partido Liberal en el gobierno y de la postura antiimperialista frente a la Conferencia Panamericana de Bogotá. Por estas razones y por el profundo arraigo logrado en su lucha política, el pueblo asimiló el asesinato de Gaitán como un crimen contra sus propios intereses.
Jorge Eliécer Gaitán se sometió a las reglas del juego del Partido Liberal desde 1935 pero nunca abrazó los presupuestos programáticos de las decisivas Convenciones de Ibagué y de Apulo, las cuales definieron el curso de ese partido durante este siglo. El capitalismo de Estado preconizado por ellas coincidía en mucho con el socialismo no bien determinado de Gaitán, pero la concepción critica de éste sobre la estructura política nacional, sobre la organización obrera, sobre el problema de la tierra, sobre las relaciones con Estados Unidos y sobre la dirección exclusivista del Partido, lo mantuvieron en permanente conflicto, unas veces agudizado por las contradicciones internas, otras suavizado por el intento de los jefes liberales de incorporarlo con premios y halagos al liderato oficial.
La insurrección popular del 9 de abril en Bogotá y en muchas regiones del país pudo ser una revolución democrática y antiimperialista contra los dos partidos tradicionales y contra la hegemonía de ellos en el poder. Por encima de todas las contradicciones inherentes a la lucha entre las dos colectividades históricas pudo más en aquel momento su instinto de conservación tantas veces puesto en práctica a través de este siglo. Podría afirmarse que no existió antes ni se ha dado después en la historia contemporánea una situación revolucionaria tan inminente como la de aquel momento.
A los gaitanistas y a los miembros del Partido Comunista les competía esa misión histórica. Los primeros depusieron rápidamente su liderazgo en manos de los tradicionales jefes liberales quienes corrieron al Palacio a negociar la toma del poder para terminar coligándose con el Presidente Ospina y reviviendo el gobierno de Unión Nacional tan arduamente combatido por su jefe. Los segundos trataron -como era lógico para quienes se proclamaban voceros de la revolución socialista en Colombia- de aprovechar las circunstancias insurreccionales y la ira del pueblo, impulsaron juntas revolucionarias en pueblos y ciudades, arengaron a los rebeldes e hicieron lo posible por dar directrices y organizarse, Pero llevaban en sus hombros un fardo del cual les quedaba imposible desembarazarse, el de que el pueblo los identificaba como enemigos de Gaitán, no solamente en el terreno sindical en donde lo habían combatido sin tregua, sino también en el campo político porque habían sus jefes ordenado votar en las elecciones del 46 por el candidato oficial del liberalismo contra la candidatura Gaitán, a quien en muchas ocasiones habían acusado de Fascista. Resultaba extremadamente difícil, en esas circunstancias, que las masas identificaran al Partido Comunista como su dirección revolucionaria.
En unos sitios más temprano, en otros más tarde, el pueblo detuvo su lucha. Se dio una circunstancia decisiva. En una maniobra maestra, Ospina Pérez le entregó el Ministerio de Gobierno a Darío Echandía, considerado por la única izquierda de aquel momento como modelo de demócrata y posible candidato suyo a la Presidencia. Fue suficiente esta decisión para que el Partido Comunista ordenara a sus efectivos volver a la tranquilidad ciudadana. Gilberto Vieira, Secretario General de ese partido, confiesa:
«En cierto grado nuestro partido sufrió la misma pasividad y expectativa ante las negociaciones de Palacio, por más que casi todos los dirigentes y militantes trabajaron activamente en el cumplimiento de tareas que resultaron superiores a sus fuerzas. Pero debemos reconocer que nuestra actitud, fue en ciertos momentos seguidista, porque nos hacíamos ciertas ilusiones en la burguesía liberal. Aunque lanzamos la consigna de un gobierno popular, lo cierto es que esperábamos como la cosa más natural del mundo que Echandía o Santos asumieran el poder» .
Regresó, entonces, el gobierno de Unión Nacional, desbaratado antes por Gaitán, mientras el país entraba en una etapa que se denominaría de «la violencia». De ahí en adelante Colombia no iría a ser la misma. 1948 dividió, así, la historia de Colombia del siglo XX en dos partes. De pronto, Gaitán lo hubiera logrado también si hubiera continuado vivo, pero partió con su muerte la historia colombiana contemporánea y su signo sellará este período denominado del «medio siglo». Existieron condiciones prerrevolucionarias, insurreccionales, en que el pueblo se levantó espontáneamente, en que se puso en peligro el gobierno institucional y se organizaron centros de poder independientes. Se abría, bajo estas circunstancias un periodo de transición que culminaría en el FRENTE NACIONAL, pero durante el cual se gestarían también cambios económicos de trascendencia y se operarían fenómenos políticos que estarán incidiendo en los acontecimientos históricos de finales de siglo.
LA TRANSICIÓN HACIA EL FRENTE NACIONAL
Durante este periodo se ensayaron regímenes compartidos por las dos colectividades tradicionales en el curso de tres gobiernos. Pero, si se tiene en cuenta las dos etapas del gobierno de Ospina Pérez -antes y después del nueve de abril- los gobiernos compartidos llegaron a ser cuatro: el de Lleras Camargo, los dos de Ospina Pérez y el de Rojas Pinilla, por lo menos hasta el rompimiento con la jefatura de los partidos. Las diferencias ideológicas y programáticas entre el Partido Liberal y el Partido Conservador fueron desdibujándose lenta pero seguramente desde el gobierno de Reyes y de la Unión Republicana, pasando por el «candidato nacional» -Sr. Concha- proclamado por Uribe Uribe en 1914, por los primeros programas de modernización con endeudamiento externo preconizada por el General Ospina y por el gobierno de «concentración nacional» de Olaya Herrera.
El mismo López Pumarejo que había defendido arduamente en su periódico El Nacional la colaboración con el General Ospina, conservador, y que se opuso «racionalmente» al experimento de Olaya Herrera con el argumento de la necesidad de los gobiernos de partido, ofreció a Laureano Gómez -su compañero de muchas aventuras políticas-, tal como lo cuenta Lleras Restrepo en sus Borradores para una historia de la República Liberal tres puestos en el gabinete a los conservadores que el mismo jefe de ese partido escogiera. A pesar de las contradicciones que se generaron entre ellos, López Pumarejo hizo nombrar a Ospina Pérez como Gerente de la Federación Nacional de Cafeteros. Durante cuarenta años los grandes dirigentes del Partido Liberal, entre ellos sus dos figuras proceras -Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe- se acomodaron en formas diversas a los gobiernos de la llamada «hegemonía conservadora». En el mismo período liberales y conservadores compartieron los cargos de dirección que orientaron el desarrollo económico del país, principalmente, en la construcción del sector financiero que llegaría a ser la columna vertebral de la economía para mediados de siglo.
Unas colectividades históricas, enfrentadas en grandes guerras civiles durante el siglo XIX, no tenían cómo coligarse súbitamente a no ser que ellas mismas o la historia del país hubieran sufrido transformaciones radicales. Sin embargo, este «medio siglo» que sirve de testigo al mayor número de intentos de «frentes nacionales», se constituye en la etapa del peor enfrentamiento y de las más grandes luchas entre el Partido Liberal y el Partido Conservador a lo largo del siglo XX, precisamente durante los años de «la violencia». Esta contradicción es la que consolida ese proceso de transformación de los partidos tradicionales que se venían gestando a través de hechos muy significativos de la historia contemporánea.
Lleras Camargo, quien había asumido el gobierno después de la renuncia de López Pumarejo, al examinar la situación nacional e internacional el 11 de agosto de 1945, anunciaba al país que se estaba aproximando un cambio radical en la vida política:
«Permitidme, señores» -anunciaba con toda la solemnidad del caso- «que aproveche esta ocasión, ofrecida por vosotros como miembros del partido liberal, al cual pertenezco, en el cual vengo militando desde que inicié mi carrera pública y a cuya adhesión debe ella todos sus desarrollos, para hablar, brevemente, sobre cómo entiendo que nos aproximamos a una vasta evolución que debe cambiar algunas de las bases de nuestra organización política» .
Un mes después nombraba tres conservadores en el nuevo Ministerio, a Fernando Londoño y Londoño de Relaciones Exteriores, a Francisco de Paula Pérez de Hacienda y Crédito Público, y a José Luis López de Economía Nacional. Por eso, haciendo un análisis de la situación creada por las elecciones presidenciales que se aproximaban, definía de la siguiente forma el carácter del cambio que se avecinaba:
«La colaboración de los dos partidos tradicionales en las tareas del Gobierno, ofrecida libremente por uno, aceptada por el otro, incondicionalmente, como se hizo conmigo, o sujeta a condiciones, es un elemento esencial de la paz, especialmente en épocas tan oscuras y difíciles como las que vive la República, como forzosa consecuencia de su estrecha vinculación a un mundo destrozado por la más perturbadora de las guerras» .
Defendía, además, que las barreras ideológicas y programáticas de los partidos se habían ido borrando, pero solamente entre los dirigentes, mientras en la base de las dos colectividades «se sigue luchando con la aspereza y el rigor de tiempos y circunstancias desaparecidos». Se imponía, para él, superar esta contradicción, porque el país no podía seguir viviendo en esa lucha interna, en momentos en que la situación internacional y las nuevas «exigencias de la economía mundial» requerían un esfuerzo coligado de todas las fuerzas políticas:
«Todo ello exige de nosotros un máximo esfuerzo, que no puede ser obra de un solo grupo humano, ni nadie puede realizar contra la oposición intransigente de una parte de la Nación. Tenemos que cambiar, ante todo, nuestra mentalidad agresiva y dogmática, para abrirle campo a la discusión libre y sagaz de los nuevos problemas. Sobre ellos se irán creando, naturalmente, las grandes diferencias del porvenir que sustituyan la intrépida batalla personalista que elude el campo y los motivos contemporáneos para enriscarse en las guerrillas aldeanas, en interminables encuentros estériles. Los partidos, a medida que recojan en sus programas un mayor número de intereses actuales y vivos de los colombianos, irán sufriendo bruscos y grandes deslizamientos de su población electoral, unos a favor, otros en contra. No podrán pretender que interpretan y concilian todos los antagonistas y su acción será más concreta y precisa sobre la opinión, y más arriesgada, en cuanto mejor la refleje» .
El Frente Nacional quedaba así planteado por uno de sus futuros ideólogos casi quince años antes de su materialización con una claridad meridiana. Lo exigía la situación de Colombia en el mundo y lo requería la paz necesaria para el desarrollo nacional, eran sus dos argumentos fundamentales. Ospina Pérez coincidiría con estos planteamientos de quien fuera la mano derecha del gobierno de López Pumarejo y establecería dos gobiernos de Unión Nacional, partidos por los acontecimientos del 9 de abril de 1948. Con el acuerdo a que llegaron los comisionados liberales Luis Cano, Carlos Lleras Restrepo, Alfonso Araújo, Darío Echandia y Plinio Mendoza Neira, en la noche del 9 al 10 de abril, fueron nombrados Darío Echandia Ministro de Gobierno, Fabio Lozano y Lozano Ministro de Educación, Pedro Castro Monsalvo Ministro de Agricultura, Jorge Bejarano Ministro de Higiene, Samuel Arango Reyes Ministro de Justicia y Alonso Aragón Quintero Ministro de Minas y Petróleos, con lo cual Ospina le entregaba la mitad del gabinete al Partido Liberal en uno de los momentos más dramáticos de la historia contemporánea. En la misma forma había repartido su ministerio en la etapa anterior al 9 de abril. De esta manera era fiel a su trayectoria política y a las conclusiones de la Convención Conservadora de 1946, la cual lo había proclamado candidato interpretando su pensamiento y su programa. La Convención había dejado sentado que:
«En los años por venir los gobiernos de partido son altamente perjudiciales para los pueblos, entre otros motivos, porque le restan a la labor común de protección y defensa los conglomerados sociales, capacidades y talentos, esfuerzos y virtudes que la sociedad tiene derecho a exigir de todos sus hijos en las horas difíciles de su historia. En tal virtud lo que Colombia necesita en estos momentos es un gobierno de Unión Nacional, no contaminado del espíritu de partido, en que sean llamados a colaborar todos los hombres capaces, para que en completa armonía, en un abrazo apretado de voluntades y esfuerzos, contribuyan a la obra común de progreso y bienestar nacionales. Esta será la forma de gobierno que implante el candidato si le fuere favorable la suerte de las urnas. Ningún espíritu ni exclusivismo de represalia podrá animarlo» .
Tres obstáculos se atravesarían al paso de estas propuestas frentenacionalistas y de esta concepción colaboracionista de los partidos tradicionales: 1) la política desarrollada por Jorge Eliécer Gaitán; 2) la posición hegemonista de Laureano Gómez; y 3) la contradicción entre la concepción de los dirigentes y el espíritu de las masas conservadoras y liberales.
Desde el día en que Jorge Eliécer Gaitán decidió desafiar con su campaña electoral las jerarquías de su partido en 1944 hasta, por lo menos, la amnistía concedida por Rojas Pinilla a los guerrilleros liberales a mediados de 1953, es decir, por casi diez años, la historia de Colombia quedó signada por la figura de Gaitán. Fue él quien derrotó al Partido Liberal y envió la oligarquía liberal a retiro forzoso. Su campaña política se orientó contra las dos oligarquías, como él mismo llamaba a las jerarquías de los dos partidos, con críticas que iban desde el rechazo a todas las reformas de López Pumarejo hasta el repudio de las prácticas corruptas de la administración pública. No aceptó en ningún momento la colaboración de los liberales en el gobierno de Unión Nacional y colocó su oposición como punto programático de su aspiración a la jefatura del partido. Nombrado jefe único del liberalismo en 1947, condujo las masas liberales a un movimiento de oposición contra Ospina de tal fortaleza que era considerado ya como el próximo triunfador de las elecciones presidenciales. Gaitán se había convertido en una amenaza real y tangible contra todos los intentos de gobierno de coalición entre los dos partidos del tipo que preconizaban Lleras Camargo, López Pumarejo, Santos, Ospina Pérez y otros jefes conservadores, con la excepción de Laureano.
Después de su muerte, la sombra de Gaitán mantuvo viva la oposición guerrillera de las huestes liberales del pueblo contra la coalición liberal conservadora y puso en aprietos, sobre todo, a la dirección liberal, -a la misma que se había enfrentado a Gaitán y que había corrido a aprovecharse de su asesinato para exigirle a Ospina les entregara el poder-, cuando requirieron de sus miembros una definición clara frente a la lucha que libraban. Desde la campaña antirreeleccionista contra López Pumarejo en 1942 Gaitán se fue convirtiendo en un obstáculo casi insalvable a la unión de las «oligarquías» y en 1948, cuando tenía en sus manos una de las llaves de la política colombiana, había llegado a ser el elemento decisorio en la intrincada maraña de la situación nacional.
Eliminado Gaitán del espectro político y salvado el peligro de su cerrada oposición a la política de coalición, pasó a primer plano un obstáculo que operaba ya desde mucho antes, pero que no habla llegado a ser tan determinante, la recalcitrante posición hegemonista de Laureano Gómez cuya aspiración máxima consistía en construir en Colombia un baluarte de la hispanidad, una defensa inexpugnable de la civilización cristiana, una réplica del franquismo español, y un eslabón del imperio hispanocatólico. De hecho era a Laureano a quien le correspondía la candidatura conservadora en 1946 por haber dirigido el Partido Conservador desde 1932 y haberlo conducido a las puertas del triunfo, pero su nombre hubiera enfrentado en tal forma las colectividades que el Partido Liberal no habría aceptado en ese momento su presidencia.
Los gobiernos de Unión Nacional, el asesinato de Gaitán, los sucesivos rompimientos de la coalición bipartidista debilitaron al liberalismo y lo ablandaron ante la candidatura Gómez. Una vez en el poder, Laureano no perdonó nada. El, personalmente, y su reemplazo, Urdaneta Arbeláez, enviaron los jefes liberales al destierro, trataron de aplastar todas las fuerzas conservadoras emergentes como la de Álzate Avendaño y rompieron sus relaciones con el expresidente Ospina. Ni siquiera perdonó en esa loca carrera arrasadora a la jerarquía eclesiástica, a la que no excluyó de sus diatribas. Obnubilados, los laureanistas no sólo eliminaban toda posibilidad de gobierno coligado, sino cualquier tipo de fisura ideológica o programática en el seno de su propio partido.
Lo que llenó la copa fue el intento de establecer una reforma constitucional de tipo corporativista, asesorada por el jesuita Félix Restrepo y ceñida a los principios generales del régimen fascista de Mussolini. Al Senado se le despojaba de su carácter político y se le convertiría en una asamblea gremial; el poder quedaba concentrado en el ejecutivo; se suprimía prácticamente la libertad de prensa y de expresión; desaparecía el derecho de huelga; se ilegalizaban los partidos políticos distintos a los dos tradicionales; las actividades políticas sufrían un control antidemocrático. En la mañana del 13 de junio de 1953, unas horas antes del golpe militar de Rojas Pinilla, publicaba Álzate Avendaño el furioso editorial de su Diario de Colombia contra el proyecto constitucional, en el cual clamaba:
«Se pretende con desparpajo convertir el cuerpo encargado de ejercer el poder de reforma, por delegación del congreso, en una recua de acémilas, que avanza bajo las interjecciones y la pértiga del caporal, por la empedrada vía histórica. Es preciso abdicar de la autonomía de la voluntad, los lujos dialécticos, las vanas cavilaciones y el hábito del raciocinio, porque el proyecto asume un dogmático acento laico de verdad revelada... Esta tentativa inverecunda de tocar a somatén y convocar al partido para que congregue en torno al contrahecho proyecto, con olvido de sus principios y sus responsabilidades, está destinada por fortuna a frustrarse. Los delegatarios no han sido ’operados’ como los mayordomos de ciertas herméticas residencias orientales o los cantores de coro en el renacimiento... Es menester evitar que nos embarquemos en un azaroso viaje con rumbo desconocido. Ni la delirante soberanía, ni el espíritu aventurero, deben prevalecer en esta emergencia. Si el malhadado proyecto se adopta, los días del régimen conservador están contados en el reloj de la historia. Tal vez se sostenga transitoriamente por medios coercitivos, pero a la postre el país se encabrita y reacciona, porque no aguanta esa jáquima» .
Gaitán, porque iba en pos de un gobierno popular contra las oligarquías; Laureano, porque cabalgaba sobre la obsesión de establecer un régimen hispánico, católico y corporativo; pero también las masas, porque no perdonaban el asesinato de su héroe o seguían sectariamente la aspiración eclesiástica de gobernar a Colombia como en la Edad Media -la unidad de las «espadas»-; lo cierto es que el frentenacionalismo pregonado y defendido por las jefaturas iluminadas de los dos partidos tradicionales no cuajó en esta etapa. Lleras Camargo lo había vislumbrado al referirse a la contradicción entre el pensamiento de los dirigentes y la tradición de las masas arraigadas en la militancia partidista inflexible. Doce años de conflicto, violencia, sangre y desolación fueron necesarios para madurar la conciencia popular y lograr que aceptara la alianza de las dos colectividades.
Se han dado en América Latina golpes de Estado de todo tipo, contra la izquierda y contra la derecha, contra el centro, contra la extrema derecha y contra la extrema izquierda. El único golpe de Estado de este siglo en Colombia no tuvo que ver nada con la izquierda. Fue un acto de desesperación del Partido Conservador en el poder ante la perspectiva de un cataclismo sin precedentes causado por la insania del gobierno laureanista. Pero la ratificación que le dio a Rojas Pinilla la Asamblea Nacional Constituyente (ANAC) el 15 de junio, recibió el apoyo de la Corte Suprema de Justicia, del Cardenal Crisanto Luque y de los jefes liberales Eduardo Santos, Carlos Lleras Restrepo y Abelardo Forero Benavides, entre otros. El liberalismo, disperso y descuadernado, vio en el golpe de Estado una salida esperanzadora a su desorden y a su desconcierto. En el gabinete del nuevo gobierno tomaron asiento antiguos ministros de Laureano, conservadores de oposición, militares y liberales. No era un gobierno de Unión Nacional, pero los dos partidos tradicionales habían aceptado colaborar.
LOS PARTIDOS A MEDIADOS DE SIGLO
Los pactos de Benidorm y Sitges, firmados por Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, y el plebiscito de 1957, inaugurarían el período del FRENTE NACIONAL, de gobiernos compartidos institucionalmente, todavía vigente en 1985. Aunque rubricada esa alianza solamente por dos representantes de los partidos tradicionales, poco a poco todos los sectores en que estaban divididas las colectividades acataron los pactos, se sometieron al plebiscito y terminaron compartiendo el gobierno, la burocracia y los privilegios del régimen bipartidista. La trayectoria seguida por el Partido Liberal y el Partido Conservador hasta la consolidación de los acuerdos y el arraigo de las nuevas instituciones, fue sumamente complejo. Echemos una ojeada a ese proceso.
Tan dura fue la prueba de la derrota en 1946 para el Partido Liberal que sus jefes hicieron mutis por el foro y Gabriel Turbay, jefe único destronado y candidato vencido, fue a morir de pena en París poco después de la caída del Partido Liberal. Le quedó el camino expedito a Jorge Eliécer Gaitán, bajo cuya dirección resurgió el liberalismo, recuperó el favor de las masas, se fortaleció en el Congreso y estaba listo en 1948 para retomar el poder dos años después. Gaitán tenía asegurada la Presidencia y el Partido Liberal su resurrección. Posiblemente no lo pensaban así los jerarcas liberales destronados que miraban despavoridos los toros desde la barrera. Lo cierto es que el asesinato de Gaitán le devolvió a ellos la jefatura del partido, pero la insurrección popular, la dinámica que adquirió la rebelión de las huestes liberales en el campo, las contradicciones surgidas entre las bases del partido y su dirección, el convulsionado ambiente político de «la violencia» y la audacia hegemonista de Laureano Gómez, produjeron en el Partido Liberal una crisis que no atravesaba desde la primera década del siglo.
Ya no era la separación de la Iglesia y el Estado, ni la reforma agraria, ni la libertad de prensa, ni los principios económicos de acumulación interna de capital, sino el intervencionismo de Estado, el endeudamiento externo, la modernización administrativa y financiera y las concesiones de los recursos naturales a los monopolios extranjeros, lo que inspiraba al liberalismo del siglo XX, puntos todos consagrados en el programa de la Convención de Ibagué, con el que llegaría Olaya Herrera desde la embajada en Washington al solio de Bolívar, López Pumarejo desde la presidencia del Banco Mercantil Americano al Palacio de Nariño y Santos del periodismo todopoderoso a la Presidencia de la República.
Uribe Uribe había preconizado esta transformación que tuvo como resultado el surgimiento de un partido ideológicamente socialdemócrata con la misma vestidura tradicional del siglo pasado, mezcla extraña de magnate cubierto con la casaca de los burgueses liberales. Había tenido que superar la persecución implacable desatada en su contra por Núñez y Caro; lanzarse a la Guerra de los Mil Días para sobrevivir; colaborar con Reyes, Carlos E. Restrepo, Concha y Suárez bajo el presupuesto de que así no desaparecería; y presentarse al país como un partido nuevo y renovado. A López y a Santos les correspondió llevar a cabo la tarea de la modernización liberal del país, abierto al capital norteamericano, ceñido a los intereses internacionales en juego, alineado políticamente con Estados Unidos y con una economía de capitalismo monopolista de Estado en moldes feudales. Así arriba el Partido Liberal a las elecciones de 1945 y así afronta la transición hacia el FRENTE NACIONAL que es lo que significa el «medio siglo».
En ningún momento desde mediados del siglo XIX el Partido Conservador había dejado de ser un partido férreamente católico en su doctrina hasta el punto de que a principios del siglo XX surgieron partidarios de reemplazar su nombre por el de «partido católico». Sus ideólogos más representativos habían defendido el monopolio eclesiástico sobre las tierras, habían reivindicado la vigencia de la Inquisición, habían denigrado de la revolución francesa, habían condenado como herético al liberalismo y se habían convertido en cruzados defensores de las más depuradas costumbres ancestrales del catolicismo recalcitrante. Pero a finales del siglo pasado se abrió paso dentro del conservatismo una corriente permeable a la industrialización, a la vigencia del capital y a la proletarización tan aborrecida por Núñez. Reyes y el General Ospina la representaron desde el gobierno. Algunos de sus miembros más importantes organizaron con un grupo de liberales la Unión Republicana que gobernó el país en 1910 a 1914. Sin embargo, después de la caída del Partido Conservador de 1930, prevaleció la línea dura, opuesta radicalmente a la penetración del capital norteamericano y apegada a moldes económicos que perpetuaban el atraso. Como decía Aquilino Villegas:
«estamos amenazados por la invasión de la gran máquina organizada, productora mecánica incansable, ahorradora de trabajo humano y por consiguiente, devastadora y sembradora de hambre y de terror entre los trabajadores... Es mil veces preferible nuestra pobreza y nuestra ignorancia, nuestra pequeña industria y nuestro artesanado colonial, laborioso y libre, que siquiera asegura el pan de cada día para todos» .
Laureano Gómez se empeñó durante la década de los años 30 en un movimiento de repudio a la política pronorteamericana de los gobiernos liberales, de rechazo a la modernización por ellos impulsada y de oposición al alineamiento de Colombia con los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Se puso de parte de Franco en la Guerra Civil española y defendió abiertamente la obra de Hitler y Mussolini desde su periódico El Siglo. Las condiciones políticas de la división liberal lo llevaron a escoger como candidato de su partido a la presidencia un conservador que no lo enfrentara antagónicamente con el liberalismo y le permitiera a su partido aun ganar votos liberales. Por eso acudió a un miembro del otro sector del conservatismo, identificado con la modernización liberal, permeable a la transformación de la economía que estaba sufriendo el país y partidario de la inversión norteamericana y escogió a Mariano Ospina Pérez quien más adelante llegaría a ser no sólo su rival dentro del partido, sino su verdugo en la política nacional.
El gobierno de Unión Nacional no llegaba, pues, por una táctica accidental, como pudo ser el «republicanismo» de Carlos E. Restrepo o la «concentración nacional» de Olaya Herrera, cuando el Partido Liberal apenas iniciaba su transformación o el Partido Conservador todavía se mantenía aferrado a su sectarismo decimonónico. El Partido Conservador en el gobierno se acomodó a la estrategia de desarrollo económico impuesta por el Partido Liberal desde 1930 y, aunque desmontó, por considerarlo nocivo para el proceso de industrialización por «sustitución de importaciones», el Tratado de Comercio con Estados Unidos firmado por López Pumarejo en 1935, mantuvo las pautas generales que dominarían la economía colombiana desde entonces. Las dos colectividades se identificarían cada vez más en este terreno y como, las divergencias religiosas y de concepción del Estado pasarían a segundo plano, sus diferencias se irían reduciendo a simples apreciaciones tácticas o a meras actitudes de estilo político.
El decisivo y poderoso movimiento de la Regeneración inclinó la balanza a favor de la clase terrateniente en una lucha secular por el poder del Estado unas veces librada por ella contra los artesanos y las más de las veces contra los comerciantes. Probablemente debido a este triunfo y, quizás, por haber pasado tanto tiempo sin definirse esta contienda, solamente hasta principios de siglo y muy débilmente, fue emergiendo en Colombia la burguesía industrial, la misma clase que en otras partes del mundo había sometido el régimen terrateniente y había ya, para esa fecha, convertido el capitalismo en un sistema de gigantescos monopolios, de inmensos grupos financieros y de un jamás soñado mercado mundial de exportación e importación de capitales.
Pero esta burguesía industrial colombiana, en la misma forma como había actuado la latinoamericana, no tuvo arrestos para enfrentarse al régimen terrateniente imperante en el país y el cual constituía una barrera para el desarrollo del capitalismo nacional. No tuvo imaginación, poder y decisión para resolver el problema crucial de la acumulación interna de capital. Prefirió acudir masivamente a la importación de capital y acomodarse a las condiciones y estructuras que ella le imponía. En estas circunstancias fue dependiendo cada vez más del monopolio estatal, de su intervencionismo, del sector financiero y del capital norteamericano. Sin haber llegado a ser una burguesía industrial fuerte y poderosa, se iba convirtiendo en una burguesía burocrática y financiera dependiente de la importación de capitales. Por eso, en lugar de golpear el régimen terrateniente para quebrar su columna vertebral, medidas como la ley 200 de 1936 y la ley 100 de 1944, sólo buscan solucionar conflictos sociales en el campo e introducir el capital financiero a la actividad agropecuaria. De ahí que los terratenientes en Colombia hubieran aceptado el ritmo y las condiciones propuestas por la burguesía y sus contradicciones se hubieran resuelto a la postre en el establecimiento del FRENTE NACIONAL. Esta etapa de transición del «medio siglo» muestra un gobierno del partido que habla representado tradicionalmente los intereses de los terratenientes acomodado en todo y para todo a las estrategias económicas del partido que, supuestamente, venía defendiendo la burguesía. Como veremos de inmediato, el gran mediador de este acomodamiento, de esta identificación de intereses, de esta alianza de clases y de este entendimiento de los partidos tradicionales, fue el capital norteamericano.
PLANES DE DESARROLLO Y DESNACIONALIZACIÓN INDUSTRIAL
Cincuenta años de evolución económica, de modernización administrativa y fiscal del Estado, de transformación en la estructura vial del país, de industrialización acelerada, de crecimiento financiero, de desarrollo capitalista en la agricultura, no habían sido suficientes para sacar a Colombia del atraso. El Informe del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento afirmaba en 1950: «el nivel de vida de la mayoría del pueblo colombiano es tan bajo que hay poca controversia al tratar de determinar cuáles son las necesidades más urgentes-..» . A su vez el Estudio de Economía y Humanismo de 1954, dirigido por el P. Lebrel conceptuaba en 1956 con un tono algo apocalíptico:
«Colombia al entrar en el ciclo industrial, ha dado los primeros pasos en su desarrollo. Mas las dificultades con que tropieza a causa de su estructura física, del estado de subalimentación o nutrición deficiente del conjunto de su población, de la débil capacidad de ahorro, del vicio de la especulación que ha invadido a sus clases dirigentes y finalmente de la actitud de esperar todo del poder público, son en su totalidad tan considerables que su éxito es problemático si el desarrollo no se orienta correcta y científicamente» .
Para 1950 se calculaba la población de Colombia en 11 millones de habitantes con un crecimiento anual de 2.1%, es decir, que casi se había cuadruplicado desde el comienzo del siglo. El índice de mortalidad era muy alto, casi el doble del de Estados Unidos, pero muy semejante al de los países latinoamericanos. La duración probable de vida en el país era de 37 a 40 años, mientras en esa misma fecha, en los Estados Unidos era de 66 y en Suecia de 70 años. La población activa del país llegaba a 4 millones, de la cual el 56.0% se ocupaba en la agricultura, mientras que el empleo en la industria manufacturera apenas llegaba al 5.5%, inferior al de la industria artesanal que representaba todavía en plena mitad del siglo XX casi el 8.0% de la población activa.
Cuando en los países económicamente más avanzados del mundo la gran industria representaba a mediados de siglo entre el 30 y el 40% del Producto Interno Bruto, para la misma época lo que en las estadísticas disponibles se denomina industria moderna -para distinguirla de la artesanal- apenas llegaba en Colombia al 16% del total. La década del 45 al 55 sería una de las etapas de mayor crecimiento de la industria dentro del PIB, comparable solamente con la década anterior, porque después de 1955 se estancaría y en los treinta años siguientes su crecimiento no alcanzaría el de ninguna de las dos décadas mencionadas. El nivel más alto de participación en el PIB a que llegará la industria en el treintenio siguiente será el 19.5% en 1975, pero rebajará al 18.7% para mediados de la década del 80.
Con el impulso industrial de la década anterior y con el que se estaba dando después de la Guerra Mundial, especialmente en el sector textilero, se hizo necesario invertir en la agricultura de materias primas y, en esa forma, el capitalismo en el campo tuvo un avance significativo. Pero la estructura de tenencia de la tierra y su utilización no permitían la superación de unos moldes seculares que obstaculizaban el desarrollo agrícola. El informe Lebrel hacía el siguiente diagnóstico:
«El minifundismo es uno de los problemas más agudos de la agricultura colombiana. Se le encuentra en la mayoría de los municipios de la zona montañosa, es decir, donde se encuentra más del 80% de la población rural... El latifundismo es uno de los problemas más graves del país... En su mayoría los latifundios no están cultivados, ni aprovechados económicamente» .
REFLEXIÓN
LEA, ANALICE Y ELABORE UN MAPA CONCEPTUAL
POBLACIÓN ACTIVA 1925-1950(1)
Total Agropecuario Industria Industria Gobierno Manufacturera Artesanal
(miles) (%) ( %) (%) (%)
1925. 2.505 68.5 3.4 7.9 — 1930 2.743 66.1 4.1 7.1 — 1935 3.038 64.3 4.4 7.0 — 1940 3.343 62.4 4.6 7.0 2.5 1945 3.647 59.9 5.1 7.3 2.4 1950 3.916 56.2 5.9 7.9 3.0 1980 7.173 35.1 7.1 8.4 5.5
FUENTE: CEPAL, El desarrollo económico de Colombia, para los datos de 1925 a 1950; los de 1980 ver José Fernando Ocampo en «Bases de conceptualización del sector informal y cuantificación a nivel nacional y departamental», publicado por SENA, Estudio de Recursos Humanos.
PARTICIPACIÓN DE LA INDUSTRIA EN EL PIB (1925-1985)
AÑO %
1925 7.1 1935 8.0 1945 12.6 1955 16.1 1965 18.7 1975 19.4 1985 18.7 (estimado)
FUENTE: CEPAL, El desarrollo económico de Colombia; BANCO DE LA REPÚBLICA, Cuentas Nacionales; AND1, La economía colombiana.
El 60.5% del total de las fincas tenia en 1954 menos de 10 Has. y ocupaba menos del 7.0% de las tierras cultivables, mientras 8.090 fincas con más de 500 Has., abarcaban una superficie de más de 11 millones de Has., o sea el 40.0% de la tierra cultivable. Escasamente un 10% de los latifundios estaba cultivado y en el conjunto del país los pastos naturales representaban más de la mitad del territorio aprovechable. En esas condiciones, la agricultura no podía lograr el nivel de producción y de productividad suficiente para alimentar a la población, superar la desnutrición y servir de base a un proceso acelerado de industrialización. El BIRF se asombraba del bajo nivel técnico de la agricultura colombiana y hacia el siguiente análisis:
«La falta de maquinaria y herramientas modernas, el empleo de semillas, abonos, pesticidas malos y las prácticas agrícolas deficientes son factores de acentuada influencia en la reducida producción agrícola, a los cuales se suman las inadecuadas facilidades de crédito, la falta de educación general y preparación especial, las enfermedades y las dietas deficientes» .
En 1945 se celebró et primer censo industrial, el cual mostró la existencia de 115.000 obreros y 20.000 empleados asalariados. La industria estaba concentrada en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla y el sesenta por ciento de ella se encontraba en fábricas de textiles y alimentos. Uno de los problemas principales consistía en la limitación del comercio interior por la deficiencia del transporte, pero la escasez de materias primas y la necesidad de importarlas asediaba a la industria, especialmente debido a la baja productividad agrícola.
El control hegemónico logrado por Estados Unidos sobre la economía mundial en la segunda postguerra produjo un auge de las teorías de «desarrollo económico» estimulado por la necesidad de encontrar un soporte estable y lo más seguro posible de su poderío económico en los países subdesarrollados. En estas condiciones la Comisión Económica para América Latina CEPAL, patrocinada por las Naciones Unidas, configuró un modelo de industrialización para estas naciones que se llamó «la substitución de importaciones», cuya esencia consistía en desplazar aceleradamente, mediante una masiva inversión directa norteamericana, los grandes monopolios productores de bienes intermedios a estos países con el objetivo de que pudieran ahorrar las pocas divisas obtenidas con sus escasas exportaciones. De esa manera las empresas inversionistas utilizarían la mano de obra barata abundante en América Latina y los países del área invertirían sus divisas en la importación de bienes de capital en lugar de gastarlas en bienes de consumo no producidas por ellos.
La economía del «medio siglo» en Colombia se caracteriza, pues, por la «substitución de importaciones» activada por la inversión directa norteamericana. El país no contaba con el capital suficiente para impulsar la industria de bienes intermedios, dado el bajo desarrollo de la industria de bienes de consumo, cuya acumulación no garantizaba los recursos internos necesarios para su desarrollo y, mucho menos, para la de bienes de capital. Tanto el estudio del BIRF como el de Lebret dejaron claro que sin el capital extranjero sería imposible la industrialización. Ninguno de los dos estudios -que fueron definitivos para el curso posterior del desarrollo económico de Colombia- planteó salidas de acumulación interna con miras a la inversión industrial.
La década del 50 establece definitivamente los parámetros de la economía colombiana para la segunda mitad del siglo. Sus características serán: industrialización de bienes intermedios, monopolización de la producción industrial, control del capital extranjero sobre la industria, crecimiento acelerado del sector financiero, consolidación de un desproporcionado capitalismo monopolista de Estado con relación al conjunto de la economía, incapacidad para superar la dependencia del café, sujeción a la importación de capital para el funcionamiento del sistema.
Hasta después de la Segunda Guerra Mundial la inversión directa norteamericana en la industria manufacturera colombiana fue casi nula, orientada como estuvo por completo al petróleo, a la minería, a los servicios públicos, al transporte, a la agricultura, al comercio y a las finanzas. En 1940, por ejemplo, la inversión norteamericana sumó 117 millones de dólares, cantidad considerable para la economía colombiana en ese entonces, de los cuales el 67.0% fue en petróleo, el 32.0% en minería, servicios, comercio y finanzas, mientras solamente se invertía 1.0% en industria. En cambio, para 1950 había ascendido la inversión en industria al 13.0% y en 1955 al 18.0%, había disminuido significativamente en petróleo y se mantenía en los otros sectores. En términos relativos la inversión en petróleo no alcanzará a duplicarse, pero en la industria manufacturera aumentará diez veces. Rápidamente el flujo de capital extranjero igualará las proporciones alcanzadas en los años veinte cuando logró niveles del 21.0% sobre el producto bruto. La fórmula prescrita por el BIRF se aplicará al pie de la letra, asegurando que esa inversión norteamericana se asocie a la inversión colombiana y solamente por excepción llegue al control completo de las empresas. Al respecto recomendaba:
INVERSIÓN DIRECTA NORTEAMERICANA EN COLOMBIA 1897-1970 Industria Petróleo Otros Total US $ % US $ % US $ % US» (mill.) (mill.) (mill.) (mill.) 1897 0 0 0 0 9 100 9 1914 0 0 0 0 24 100 24 1924 0 0 0 0 84 100 84 1940 1 1 75 67 36 67 112 1946 12 6 126 67 51 27 189 1950 25 13 112 58 56 29 193 1955 58 17 178 53 100 30 336 1960 92 21 233 55 100 24 425 1965 160 30 269 51 98 19 527 1970 229 33 334 48 128 19 691
FUENTE: Departamento de Comercio de los Estados Unidos, en Raúl Fernández, The Development of Capitalism in Colombia, University of California. «Colombia ofrece muchas oportunidades atrayentes para la inversiones extranjeras privadas y podría beneficiarse enormemente de tales inversiones, sobre todo si se combinan con capital colombiano en empresas conjuntas. Las inversiones particulares extranjeras proporcionan no sólo el muy necesitado capital, sino también los beneficios de la destreza técnica y administrativa desarrollada en países altamente industrializados, lo cual tiene casi igual importancia. La alta destreza técnica y los buenos sistemas administrativos, no sólo benefician directamente a la empresa en particular, sino que también ejercen un efecto estimulante en la industria en general» .
Una serie de elementos se habían conjugado a principios de siglo para dar impulso a un proceso de industrialización basado en recursos internos de capital y en esfuerzo empresarial propio. No hay duda de que, más adelante, durante la década del veinte, la inversión norteamericana en servicios, comercio y minería facilitaron el establecimiento de nuevas industrias y ampliaron el campo de las ya establecidas. Pero, contrario a lo que podría parecer, los períodos de mayor crecimiento industrial del país, con la excepción del de la década del 50, han coincidido con los años de mayor dificultad externa, tanto para el comercio de bienes de producción como para el mercado mismo de capitales. Así sucedió durante la gran depresión del capitalismo mundial y durante la Segunda Guerra Mundial, cuando desapareció casi por completo la posibilidad del crédito externo y se limitó la viabilidad de la importación de productos elaborados. Por el contrario, el crecimiento industrial colombiano en la década del 50 se debe, especialmente, a la inversión directa norteamericana, la cual transformó el proceso interno de inversión de capital en el sector productivo de la economía.
Hasta el final de la guerra, la evolución de la industrialización en Colombia se basaba sobre todo en la acumulación interna de capital. Al iniciarse en 1946 una masiva importación de capital para inversión directa en la industria, el proceso se invertirla, dando como resultado una desnacionalización acelerada de la producción manufacturera colombiana y causando un sometimiento de ella a los flujos de la inversión directa extranjera controlada desde Estados Unidos según los intereses, condiciones y ritmo de los capitales trasladados, así como a los planes diseñados por los organismos internacionales encargados de planificar la exportación de capitales norteamericano y de otros países exportadores de capital. En esta forma los llamados «planes de desarrollo» se institucionalizarían como mecanismos reguladores de importación de capitales a cargo de los países subdesarrollados, sometida a reformas fiscales, políticas monetarias, programas de administración pública, modernización del Estado, manejo de las tarifas de servicios públicos y controles salariales y prestacionales a los trabajadores. Realmente, ningún plan de desarrollo abordaría de ahí en adelante las estrategias para sacar a estos países del abismo que los separa cada vez más de los países industrializados del globo. En la década del treinta los dos partidos tradicionales se habían enfrentado por la política de endeudamiento externo e inversión norteamericana; en este periodo lo que hacen es confluir en los programas económicos de inversión directa extranjera y de estructuración de la economía de acuerdo a los parámetros que ella demanda. Esta será la base indestructible del FRENTE NACIONAL.
Mientras Colombia se debatía en el atraso haciendo esfuerzos inútiles y dando palos de ciego en su estrategia de desarrollo, Estados Unidos surgía como el país económicamente más poderoso de la historia, la Unión Soviética recorría bajo la dirección de Stalin los últimos años del socialismo establecido por la Revolución de Octubre antes de regresar al capitalismo, China asombraba al mundo con la reforma agraria más gigantesca de la época moderna para establecer el socialismo en un país de seiscientos millones de habitantes, India salía de un siglo largo de colonialismo, Europa y Japón se reconstruían con la inyección de capital proporcionada por el Plan Marshall, y África, sin rumbo muy preciso, se adentraba en una lucha contra el colonialismo con diferente fortuna y diversa orientación política y económica. La lucha por la hegemonía del mundo parecía congelada ante el predominio absoluto norteamericano. La situación iría evolucionando y Estados Unidos iría perdiendo terreno rápidamente, mientras la Unión Soviética, convertida en potencia mundial, avanzaría en los cuatro puntos cardinales. Colombia se mantenía a mediados de siglo en la órbita norteamericana y no saldría de ella, pero tendrá que afrontar en la segunda mitad del siglo la confrontación ineludible entre las dos superpotencias.
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